Volver al origen siekopai o desaparecer
Aunque nadie sabe a ciencia cierta cuál es su apellido, los habitantes siekopai de la zona fronteriza entre Ecuador y Perú lo conocen como Chambira. Foto: Alianza Ceibo.
Por Ana Cristina Alvarado / @ana1alvarado
La Nacionalidad Siekopai, que ancestralmente ocupó 80 000 hectáreas entre la frontera norte de Ecuador y Perú, ha enfrentado desarraigo y presiones externas desde el primer contacto con los europeos. Las crónicas aseguran que por entonces, eran alrededor de 20 000, pero ahora sobreviven 700 personas que luchan contra el avance de las industrias extractivas y del cáncer. Esta nacionalidad indígena exige que el Estado ecuatoriano le devuelva sus territorios, su lugar de origen, pero las autoridades saben muy poco de ellos.
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“Para nosotros, la pobreza es escasez. Si los esteros están contaminados, ya no hay pesca; por el reducido territorio ya no hay caza. En las familias ya no hay abundancia”
Justino Piaguaje, líder siekopai.
La gente de colores reclama su territorio
En el principio de los tiempos, el planeta fue destruido por diluvios. Una minúscula isla fue el único remanente de tierra firme que quedó. Ahí estaba de pie Ñañe Paina, el dios siekopai. Él vio que del agua salieron burbujas y, detrás de ellas, apareció Isi Jamu, el armadillo dador. En su hocico, Isi Jamu traía una pequeña porción de tierra. Ñañe Paina le pidió que buscara más tierra en el fondo del gran océano que se había formado. Con ese material todavía escaso, Ñañe Paina ordenó: “¡Que se haga tierra!”. Después, apareció Wiwati, el espíritu de la selva, y gritó: “¡Huiii noño noñoo!”. Con su grito crecían árboles que poco a poco formaron bosques. Sin embargo, Ñañe Paina ordenó que esos bosques fueran quemados. Luego le pidió a Wiwati que gritara de nuevo para que, esta vez, crecieran árboles frutales y maderables donde puedan vivir monos, tucanes y la gente de colores.
Este es el relato que Justino Piaguaje, dirigente de territorio de la Nacionalidad Siekopai del Ecuador, y Hernán Payaguaje, monitor de territorio y cofundador de la organización Alianza Ceibo, mantienen vivo.
En paicoca, la lengua ancestral de esta nacionalidad de la frontera norte de Ecuador y Perú, ‘sieko’ quiere decir colores y ‘pai’ significa persona. Los siekopai son la gente de colores. Fueron llamados secoya durante casi todo el siglo XX e inicios del XXI por una confusión de los misioneros jesuitas. El río Siecoya, en territorio peruano, es un afluente del río Santa María, que a su vez es afluente del gran río Napo que alimenta el Amazonas.
Antes del contacto con los europeos, los siekopai eran miles. Se calcula que había alrededor de 20 000 sionas —una nacionalidad hermana— y siekopai cuando se iniciaron las misiones jesuitas, en el siglo XVII, de acuerdo con información recabada por Justino.
La gente de colores habitó en un área aproximada de 80 000 hectáreas en la actual frontera norte entre Ecuador y Perú, según el antropólogo William Vickers (+). Desde la conquista española de América, en el territorio de esta nacionalidad se sucedieron capítulos de incursiones de misioneros jesuitas. Más tarde se registraron condiciones de semiesclavitud durante el boom del caucho. Estos episodios trajeron enfermedades como la gripe y la viruela y los conflictos derivados de esos acercamientos mermaron la población.
Pero fue la guerra de 1941 entre Ecuador y Perú el evento que más daño causó, pues despojó a los siekopai de su territorio ancestral, Pëëkë’ya o Lagartococha (en la actual Reserva Faunística Cuyabeno). El conflicto limítrofe dividió a familias enteras durante cinco décadas. Ahora hay alrededor de 700 siekopai en Ecuador, según datos recogidos por la misma Nacionalidad, pues las instituciones estatales no cuentan con cifras exactas.
La Nacionalidad Siekopai se asienta en la provincia de Sucumbíos, noreste de Ecuador, en dos cantones: Shushufindi y Cuyabeno. En el primero están las comunidades San Pablo de Kaatëtsiaya, Remolino, Sewaya, Bellavista y Waiya. En Cuyabeno —su territorio ancestral— hay una comunidad, Eno. Ahí, los siekopai cuentan con 8 340 hectáreas, una décima parte de lo que les pertenecía.
Para las poblaciones indígenas, el territorio es esencial para asegurarse el acceso a recursos vitales, a plantas medicinales y espirituales o a materiales para fines utilitarios y artísticos. El territorio es, sobre todo, parte fundamental de su cosmovisión.
El Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo —del que Ecuador es signatario— reconoce “la importancia especial que para las culturas y valores espirituales de los pueblos interesados reviste su relación con las tierras”. La Constitución del Ecuador otorga también protección especial. “Mantener la posesión de las tierras y territorios ancestrales y obtener su adjudicación gratuita” es uno de los derechos colectivos que reconoce y garantiza el artículo 57 de este documento.
“Para nosotros, la pobreza es escasez. Si los esteros están contaminados, ya no hay pesca; por el reducido territorio ya no hay caza. En las familias ya no hay abundancia”, dice Justino Piaguaje para explicar la relación que tienen los siekopai con el territorio describiendo su concepción de la pobreza. “Cuando hay amenaza de que el petróleo enterrado en las cabeceras de los ríos Shushufindi y Aguarico se derrame, que es lo que dejó Texaco, genera miedo de consumir lo que hasta ahora tenemos. La lucha por el territorio es precisamente porque queremos recuperar la abundancia”, añadió.
A pesar de los sucesivos atropellos por parte de los estados ecuatoriano y peruano, la Nacionalidad Siekopai ha luchado por guardar sus tradiciones de subsistencia y el respeto por la diversidad del entorno amazónico. “Cuando nosotros les conocimos, hace treinta años, me atrevería a decir que vivían totalmente del bosque. Lo que veías era otro mundo. No había tiendas. Los recursos venían totalmente del bosque: medicinas, alimentos, tintes, juguetes”, cuenta el biólogo Pablo Yépez, quien mantiene amistad y trabaja en distintos proyectos con los siekopai. Yépez evoca varias visitas a inicios de los 90 con grupos de estudiantes de diferentes carreras de pregrado de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador.
Ana Paulina Piyahuaje, una reconocida pintora siekopai y Jueza de Paz de la parroquia de San Roque (cantón Shushufindi, provincia de Sucumbíos), dice que cuando era niña, la convivencia en las comunidades se acercaba más a lo tradicional. Ahora tiene 39 años y recuerda que la primera impresión que se tenía al llegar a la comunidad San Pablo de Kaatëtsiaya, una de las seis de su nacionalidad, era que los patios se mantenían limpios, sin malezas. Las mujeres hacían mingas y había más actividades en familia. Los hombres iban al bosque y traían cacería para compartir con la comunidad.
Mientras tanto, en casa, los abuelos enseñaban a los pequeños las ocupaciones tradicionales: preparar casabe (una especie de tortilla de yuca), elaborar artesanías o hacer carnadas para la pesca. También les contaban sus mitos y leyendas y les hablaban sobre las bondades de las 1 005 plantas que manejaban. Sí, 1 005, de acuerdo con una investigación etnobotánica realizada por investigadores siekopai y botánicos ecuatorianos, entre ellos Carlos Cerón, Carmita Reyes y Pablo Yépez. En este estudio, los botánicos resaltaron que se le da un uso a cada planta y que los siekopai desarrollaron una forma de nombrar a cada grupo, similar a la taxonomía occidental.
Polaco Coquinche habita indistintamente en territorio peruano y ecuatoriano. Foto: Alianza Ceibo.
El cáncer avanza con permiso del Estado
A pesar de que el territorio siekopai es reconocido por el Estado ecuatoriano —40 000 hectáreas compartidas con los Siona—, está cercado por petroleras, palmicultoras, carreteras abiertas con fines extractivos y poblaciones de colonos que invaden el área con la anuencia de las autoridades.
Desde 1971, las tierras de los siekopai han sido contaminadas por la quema de gas natural en los mecheros de las petroleras y por derrames de hidrocarburos en ríos y esteros que habían sido usados tradicionalmente para obtener agua para cocinar y beber, pescar, bañarse, lavar ropa o jugar.
En los 70, la madre de Ana Paulina lavaba los pañales de su hijo mayor en el río Aguarico haciendo a un lado el petróleo que se derramaba o que se filtraba desde las piscinas de desechos que construyó Texaco desde que inició sus operaciones, en 1964. Cuando la petrolera estadounidense se retiró del país, en 1990, dejó detrás 880 piscinas con deshechos. Ahora, los mayores mueren de enfermedades que no eran conocidas en el pasado. El tío de Hernán, por ejemplo, falleció a mediados de 2021 con cáncer de estómago. Su mamá y un tío lejano también murieron a causa de diferentes tipos de cáncer. Justino también perdió a su tía, víctima de un cáncer de piel. “Hasta ahora tenemos identificados tres tipos de cáncer (en la comunidad San Pablo de Kaatëtsiaya): piel, hígado y leucemia”, dice Adolfo Maldonado, médico de la Clínica Ambiental.
Elías Piyahuaje, presidente de la Nacionalidad Siekopai del Ecuador, reclama que el Estado ecuatoriano no llegue ni para prevenir la exposición a los contaminantes ni para proveer de servicios básicos, y que ni siquiera cuenten con atención médica para los afectados. Aunque son pocos los habitantes siekopai que no hayan perdido a algún pariente o amigo víctima del cáncer, los datos que maneja la Zonal 1 (que corresponde a las provincias de Carchi, Esmeraldas, Imbabura y Sucumbíos) del Ministerio de Salud Pública del Ecuador son minúsculos.
En respuesta a una solicitud de información de La Barra Espaciadora, esta cartera de Estado dijo que desde el 2010 hasta el 2021 solo se han detectado 13 casos de tumor maligno del endocérvix o cáncer de cuello de útero, 9 carcinomas de próstata, 5 tumores malignos de recto y 4 tumores malignos del cuerpo del útero. Estos son los tipos de cáncer con mayor prevalencia. Patricia Rosero, responsable zonal de vigilancia epidemiológica, explicó que estos bajos números se deben a que en Sucumbíos no hay ningún sitio especializado para tratar cáncer. Con base en estos datos, la prevalencia de esta enfermedad en el sector no sería alarmante, pues la lógica de las autoridades parecería sostenerse en la premisa de que si no hay pruebas, no hay daños. Ojos que no ven, corazón que no siente.
Pero Hernán asegura que eso se debe a la ausencia histórica de las instituciones públicas en la Amazonía para monitorear la salud de sus habitantes.
En contraste, de acuerdo con datos proporcionados por el MSP en la misma solicitud de información, el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC) habría encontrado que, con corte de 2017, las provincias a escala nacional con mayor prevalencia de cáncer son Sucumbíos, con 10,8 casos por cada 100 000 habitantes, y Napo, con 9,3 casos por la misma proporción. Le siguen Pastaza y Orellana, con 5,6 y 5,2 casos respectivamente. Al preguntar al INEC sobre la veracidad de estos datos, la respuesta vía correo electrónico fue la siguiente: “No entregamos información sobre incidencia o prevalencia”. Al repreguntar al Ministerio de Salud Pública sobre los datos enviados de prevalencia de cáncer en la Amazonía, no recibimos información en el lapso que manda la ley, de 15 días, ni hasta el cierre de este reportaje. Es decir, más de un mes después de la solicitud de información.
Las cifras, en contexto, abruman: por un lado, esta contradicción entre instituciones refleja que los datos de las instituciones públicas no son fiables y, por otro, de ser cierta la información enviada por el MSP, cuatro de las seis provincias amazónicas encabezarían la lista de prevalencia de cáncer en todo el país, sin contar con que existe una alta probabilidad de subregistros. La escasez de estudios o investigaciones realizados en la zona constituye una alerta gravísima pues es uno de los argumentos que ha usado Chevrón-Texaco en contra del Estado ecuatoriano en la sucesión de demandas que enfrenta desde 1993, luego de que 30 000 habitantes afectados la demandaran. La petrolera internacional se declara inocente diciendo, entre líneas, que la prevalencia del cáncer en el área en la que operó no pasa de un rumor.
A escala nacional, los tipos de cáncer detectados con mayor frecuencia fueron: tracto genito urinario femenino (34%), cáncer gástrico e intestinal (16.9%) y cáncer de piel y relacionados (12.4%).
Miguel San Sebastián es uno de los pocos académicos que ha publicado libros e informes sobre el impacto de la actividad petrolera en la salud de las poblaciones rurales de la Amazonía ecuatoriana. “Las mujeres que viven en comunidades cercanas a los pozos petroleros presentan un riesgo 2,5 veces mayor de abortos espontáneos que las que habitan en comunidades no contaminadas. Existe un elevado riesgo […] en la población masculina de esta zona de morir por cáncer, especialmente de estómago, hígado y piel”, dice en su Informe Yana Curi. En su libro Cáncer en la Amazonía del Ecuador (1985-1998), publicado en 2004, documenta otras afectaciones, como la desnutrición infantil, la sobremortalidad por entidades infecciosas y las tasas crecientes de enfermedades por exposición laboral y comunitaria a hidrocarburos y agrotóxicos.
“Admiro mucho que nuestra gente se levantó y demandó (a Texaco, ahora Chevrón). Ahora estamos bastante indignados, (Chevrón) está contrademandando a nuestros abuelitos”, dice Ana Paulina. Pablo Fajardo, abogado de la Unión de Afectados por Texaco, recuerda que el juicio de los afectados, que se inició en 1993, concluyó en 2018 con cuatro sentencias a favor de los demandantes. La Corte Constitucional del Ecuador ratificó la culpabilidad de Chevrón en la última instancia y condenó a la transnacional a indemnizar con 9 500 millones de dólares a los afectados. Sin embargo, de forma paralela, Chevrón planteó tres arbitrajes internacionales en contra de Ecuador. “El Ecuador ha hecho una defensa técnica tremendamente débil. Ha perdido en primera y segunda instancias. El Estado ecuatoriano quiere arremeter en contra de los demandantes”, afirmó el abogado. Mientras tanto, más de tres décadas después de que la transnacional dejara el territorio ecuatoriano, la población continúa muriendo de algún tipo de cáncer.
Gilberto Piaguaje es uno de los miembros de la Nacionalidad Siekopai de Ecuador. Foto: Alianza Ceibo.
Las invasiones de palmicultoras y colonos
La industria palmicultora también ha impactado en el ambiente amazónico y, por lo tanto, en las prácticas cotidianas de sus habitantes. Desde hace 50 años, las palmas aceiteras o palmas africanas han reemplazado a la selva en la que los siekopai cazaban y obtenían alimentos y otros recursos vegetales esenciales para su cosmovisión, como las lianas de yagé o ayahuasca.
En el cultivo de palma se usan agroquímicos que, por la acción de las lluvias y del riego, terminan en los ríos, modifican los ecosistemas y causan bioacumulación de toxinas. Además, los residuos del proceso de extracción del aceite de palma se cuelan hacia las fuentes hídricas.
A mediados de 2020, cientos de peces muertos flotaban en el río Shushufindi debido a la contaminación producida por la empresa Palmeras del Ecuador, una compañía del grupo Industrial Danec S.A. que ha sembrado en esta zona durante medio siglo. Justino está seguro de que la contaminación por el cultivo de palma africana fue la causante de este biocidio que, a su vez, permite el enriquecimiento de la agroindustria. Danec es la segunda compañía más grande del sector palmicultor en Ecuador —después de La Fabril. Según datos del Banco Central del Ecuador, sus ingresos alcanzaron 247,43 millones de dólares en el 2019 y 230,8 millones de dólares en el 2020.
El mal manejo de los desechos de estas industrias, los derrames de petróleo, las invasiones y las incursiones de caza y pesca por parte de colonos han provocado que, aunque uno de los mandatos de la Nacionalidad Siekopai sea la conservación, el bosque se degrade poco a poco. “En la selva ya no hay para seguir cazando, ya se terminó, tenemos mucha cacería de parte d elos colonos. Me encantaba ir a pescar, ahora es algo que se hace de repente”, dice Ana Paulina.
En los recorridos de monitoreo del territorio es común encontrar invasores o rastros de cazadores, como vainas de cartuchos o tarimas de caza improvisadas, de acuerdo con los registros de la nacionalidad.
La mayor amenaza que enfrentan en este momento, según Elías, son las invasiones. Hace 14 años, llegaron los primeros ocupantes ilegales. “Ellos dicen: ‘ustedes son vagos, a nosotros nos toca producir, alimentar al país’”, cuenta el líder siekopai. Bajo esa premisa que sostiene que toda tierra selvática debe ser explotada, como sinónimo de progreso y desarrollo, 80 hectáreas de bosque primario protector han sido taladas por colonos invasores. En un inicio, el Maate no respondió si estos colonos fueron sancionados por esa tala en el territorio siekopai. En un mensaje vía chat, el equipo de Comunicación de la entidad lo justificó diciendo que los siekopai están asentados en “varios puntos”, aunque solo ocupan dos zonas específicas de la provincia de Sucumbíos. Esto demostró que no conocen con precisión sobre la distribución de esta población indígena ni acerca de las graves violaciones a su derecho al territorio.
Veiticinco días después de que se solicitara la información, la institución respondió en un correo electrónico: “Como entidad de control, el Ministerio del Ambiente, Agua y Transición Ecológica, dentro del ámbito de sus competencias, ha iniciado un procedimiento administrativo”. Más tarde aclaró una funcionaria que el proceso administrativo habría consistido en establecer una multa cuyo monto no detalló.
Esta cartera de Estado sí impuso una multa de 375 000 dólares cuando en 2008, un grupo de siekopai taló 211 hectáreas para plantar palma africana luego de que la Corporación Financiera Nacional, una institución financiera pública, junto a la palmicultora Palmeras del Ecuador como garante, persuadiera a 30 familias, 20 de ellas siekopai, para recibir créditos y dedicarse a la palmicultura. Esas familias terminaron condenadas a una deuda que más de una década después no han podido cubrir.
Los territorios ancestrales de pueblos y nacionalidades indígenas están protegidos por el artículo 57 de la Constitución del Ecuador. Estos son “inalienables, inembargables e indivisibles”, se lee en el documento. “Cuando nos dimos cuenta, ya estaban haciendo las casitas. Los primeros años estábamos confiados, porque nuestro título de propiedad (comunal) es original. Pensábamos que fácilmente se iban a ir, pero (al presentar reclamos ante entidades estatales) nos mandaron de un lado para otro”, cuenta Elías. La inoperancia del Estado es causa del racismo y del desconocimiento de las leyes, asegura.
En agosto de 2021, más de 150 siekopai se vieron obligados a viajar desde sus comunidades a Quito para exigirle a la Corte Nacional de Justicia que retome el proceso de acción de reivindicación de dominio puesto por la nacionalidad en 2015. El objetivo fue que los invasores desalojaran el territorio. Cinco meses después de la protesta, todavía no se habían implementado los operativos para desalojar a los invasores. Sin embargo, los Siekopai se mantienen en pie de lucha. Elías, en compañía de Pablo Fajardo, ha acudido a la Corte Provincial de Sucumbíos para dar seguimiento al proceso. Mientras tanto, dice el presidente de la Nacionalidad, “el corazón de los siekopai está triste”.
Polaco Coquinche habita indistintamente en territorio peruano y ecuatoriano. Foto: Alianza Ceibo.
Familias rotas, alcoholismo, violencia intrafamiliar y de género
La estructura social de la Nación Siekopai estaba organizada en clanes que protegían a todos sus miembros. Si una adolescente se embarazaba, no quedaba condenada al cuidado de su pequeño a solas, pues su madre, tías y hermanas colaboraban con la crianza. La evangelización, el ingreso de industrias extractivas y de militares, el avance de la colonización y otras presiones externas han causado escasez y, al mismo tiempo, conflictos de estructura y cohesión social, identidad y equidad de género.
Manuel Pallares, un biólogo que trabajó entre 1992 y 1999 en la reunificación del pueblo Siekopai, separado en 1941 por la guerra limítrofe entre Ecuador y Perú, junto con Pablo Yépez, conoció a los Siekopai como parte de un grupo de universitarios que realizaban sus prácticas en el sector. Él explica que ahora, la estructura de clanes ha desaparecido. Los hombres salen de las comunidades para trabajar en las industrias extractivas mientras todas las labores de cuidado del hogar recaen sobre las mujeres, quienes no tienen independencia económica al no tener bienes transaccionales. “Las petroleras no buscan mujeres para trabajar, ni las plantaciones ni los militares. Eso genera desigualdad dentro de las familias”, dice Manuel.
Lo anterior se ve afectado por la falta de planificación familiar, a causa de la evangelización. Antes de la llegada del Instituto Lingüístico de Verano (ILV), en la década de los 50 del siglo XX, las familias siekopai tenían entre dos y tres hijos, de acuerdo con la antropóloga Catalina Campo, quien ha realizado informes para la Defensoría del Pueblo sobre esta nacionalidad. “A diferencia de otros pueblos indígenas, tenían cuidado estricto de las madres y de los wawas. Es decir, las mujeres entraban en un nuevo embarazo cuando los wawas ya podían caminar y eran autónomos. Además, había un conocimiento tradicional etnobotánico del control de la natalidad”, explica la investigadora.
Con la llegada del ILV y la evangelización, la educación mostró a la planificación familiar como un pecado. Reinaba la idea de que “hay que aceptar los hijos que Dios manda”. Entonces, las mujeres perdieron la posibilidad de planificar cuántos hijos tener y en qué momento los tendrían. “Hay mayor cantidad de hijos por familia y menor cuidado de los niños”, asegura la antropóloga.
Mientras tanto, los hombres de la Nacionalidad se volvieron consumidores de alcohol y de prostitución como parte de la cultura petrolera, según ha atestiguado Manuel. “El problema de Shushufindi, un campesino se quejó una vez —dice el biólogo—, es que hay cuatro escuelas y 17 chongos (prostíbulos)”.
Manuel cree que este es el motivo por el que se introdujo el papiloma virus a las comunidades. Este agente infeccioso es el causante del cáncer de cuello de útero, cada vez más común entre las mujeres siekopai. Colón Piaguaje, enfermero de la nacionalidad, cuenta que “el cáncer de útero ha hecho padecer y ha causado la muerte. En estos cinco años han fallecido tres pacientes”.
Esta enfermedad puede ser prevenida con educación sexual, vacunación, uso de preservativos y atención médica oportuna, pero como Elías y Hernán decían, el Estado ha llegado con industrias extractivas pero no con medicina ni servicios básicos. Ninguna de las seis comunidades de la Nacionalidad tiene alcantarillado ni agua potable. Solo Sewaya, San Pablo, Waiya y Eno tienen luz eléctrica. Y solo San Pablo, Eno y Bellavista tienen carreteras, esenciales para transportar de emergencia a los pacientes.
El alcoholismo es el problema social que más afecta a las mujeres y a los niños. La publicación El ocaso del arcoíris. Informe San Pablo Kaatëtsiaya (2013), una compilación del médico Adolfo Maldonado editada y publicada por Clínica Ambiental, lo comprueba.
“Los varones salen a tomar a las comunidades colonas. Vienen a las casas y violentan contra la mujer y contra los hijos. Es un caos”, cuenta Ana Paulina. Tanto Ana Paulina como Yadira Coaguaje, ceramista, y Marilin Piaguaje, parte de la organización Alianza Ceibo, concuerdan en que la violencia de los hombres hacia las mujeres y los niños es algo nuevo que ha causado asombro en las comunidades. “Mis abuelos tenían buena relación, nunca los vi discutiendo. Nunca jamás he visto una discusión de mis padres. Jamás he visto a mi padre borracho”, dice Ana Paulina. “A mis abuelos siekopai no he visto vivir así. Mi mamá es madre soltera, pero nunca la he visto peleando. Yo no sabía que había violencia de esa forma”, asegura Marilin. Su expareja, un colono, ejerció violencia emocional y física en contra de ella y los hijos de ambos por varios años.
Anselmo Sandoval, presidente de la Oganización Indígena Secoya de Perú (Oispe). Foto: Alianza Ceibo.
Pëëkë’ya es volver al origen
“Cuando vi que la colonización de Santo Domingo de los Colorados y de Loja (provincias de la Costa y de la frontera sur de Ecuador, respectivamente) venía con café e invadía toda la orilla (de los territorios siekopai), supe que tenía que luchar”, cuenta Celestino Piaguaje, líder histórico de la Nacionalidad Siekopai. A partir de la década de los 70, el boom petrolero en la Amazonía ocasionó una masiva migración desde las provincias de la Costa y Sierra del Ecuador, en búsqueda de trabajo y tierras para agricultura y ganadería. Entonces, los pueblos amazónicos tuvieron que reclamar ante el Estado la legalización o adjudicación de sus tierras.
“Fui a hablar con el director del Ierac (Instituto Ecuatoriano de Reforma Agraria y Colonización, ya extinto) para que dé una parte entre el río Kaatëtsiaya, el Aguarico, el Eno y el Waiya. ‘¿Para qué?’, nos dijeron. ¡Para vivir y trabajar!”, responde el anciano. Años más tarde, este territorio sería adjudicado a los Siona y Secoya, como eran conocidos en ese entonces. Cinco de las seis comunidades de la nacionalidad Siekopai, antes mencionadas, están asentadas en este perímetro.
Cerca de 50 años después, la lucha por el reconocimiento del territorio continúa. Si bien lo que reclamó Celestino fue reconocido y es donde ahora habitan las comunidades Siekopai de Shushufindi (solo queda por fuera Eno, que se encuentra en el Cuyabeno), el Estado no ha reconocido la titularidad de la Nacionalidad sobre Pëëkë’ya, el espacio del que fueron desalojados durante la guerra entre Ecuador y Perú. Pëëkë’ya es el río Lagarto o, en kichwa, Lagartococha, ubicado en la Reserva de Producción de Fauna Cuyabeno. Ahí, los Siekopai tienen 8 340 hectáreas y están reclamando la titularidad de 42 535 hectáreas más. Esto es un poco más de la mitad del territorio original de 80 000 hectáreas que habitaron al momento del contacto europeo, de acuerdo con Vickers.
En 1979, el Estado ecuatoriano creó de manera unilateral la Reserva Faunística Cuyabeno en el territorio ancestral de los Siekopai. Con ese antecedente, el Ministerio de Ambiente, ahora Ministerio del Ambiente, Agua y Transición Ecológica (Maate), firmó en 2008 diversos convenios de uso y manejo con varias comunidades de otros pueblos y nacionalidades que no guardan relación de ancestralidad con Lagartococha. Los Kichwa disponen de 249 875 hectáreas; los Ai’Kofán Zábalo, 138 272 hectáreas; los Siona, 130 330 hectáreas, y los Shuar, 8 928 hectáreas.
La Nacionalidad Siekopai ha realizado pedidos de recuperación y adjudicación territorial de la zona de Lagartococha desde 1993. Se ha presentado evidencia legal, geográfica y antropológica que demuestra que un área de al menos 100 000 acres (cerca de 40 500 hectáreas) les pertenece. “Históricamente ocuparon lo que hoy se conoce con el nombre de Lagartococha. De ello dan cuenta los relatos de las misiones religiosas en el tiempo de la colonia, la toponimia por el nombre de los lugares y los mapas que reconocen los asentamientos tradicionales desde hace siglos atrás”, se lee en el Informe defensorial socio bio cultural sobre el territorio ancestral Siekopai de Lagartococha, realizado por la antropóloga Catalina Campo, y entregado a la Defensoría del Pueblo el 8 de septiembre de 2021.
Frente a esto, la Defensoría del Pueblo emitió una resolución, el 28 de septiembre de 2021, en la que se declara que el Estado ecuatoriano, a través del Maate, “vulneró el derecho colectivo de la nacionalidad Siekopai a mantener la posesión de tierras y territorios ancestrales y obtener su adjudicación gratuita y a mantener, desarrollar y fortalecer libremente su identidad, sentido de pertenencia, tradiciones ancestrales y formas de organización social con la implicación que ello acarrea para la pervivencia física y cultural de una Nacionalidad con una baja densidad demográfica, hecho que aumenta su situación de riesgo y vulneración”.
Esta distribución territorial realizada por el Estado, a través del Maate, ha causado conflictos entre los pueblos y nacionalidades. Sin embargo, la cartera de Estado no asume su responsabilidad. “No podemos vulnerar derechos de los otros pueblos y nacionalidades con los que ellos (los siekopai) tienen conflicto. Eso se debe trabajar en instancias jurídicas y se está trabajando ya con la Coordinación General Jurídica (del Maate) y la Defensoría del Pueblo. También se les recomendó que la Secretaría de Pueblos y Nacionalidades debería trabajar de la mano”, dijo Glenda Ortega, Subsecretaria de Patrimonio Natural del Maate.
La resolución de la Defensoría del Pueblo también exhorta al Maate a titularizar las 42 535 hectáreas solicitadas formalmente por los siekopai desde noviembre de 2017. “No nos han notificado de la Defensoría sobre un posible recurso del Ministerio del Ambiente y tampoco el Ministerio, hasta el momento (4 de noviembre de 2021), se ha puesto en contacto con la Nacionalidad Siekopai para hablar del posible cumplimiento”, dice Jorge Acero, abogado de Amazon Frontlines que se hizo cargo de este caso.
Glenda Ortega argumentó que la respuesta, aunque hay un plazo límite de 15 días por ley para entregarla, no se ha emitido hasta el cierre de esta entrega, porque hay diferentes instancias legales por llevar a cabo, dando a entender que el proceso es demoroso. “Técnicamente podemos tener la intención de resolver de manera inmediata esos pronunciamientos, pero trabajamos de la mano de la dirección jurídica”, dijo la Subsecretaria.
Tras la presentación de otra solicitud de adjudicación de territorio, esta vez con la comunidad Ai’Kofán Sinangoe, a mediados de octubre de 2021, el ministro Gustavo Manrique se comprometió a construir participativamente un instructivo para la adjudicación y titulación de territorios indígenas en áreas protegidas. “Eso tendría que ser hasta finales de año (2021). Tampoco se ha avanzado con ese compromiso y hasta ahora no sabemos nada del Ministerio de Ambiente”, dijo Acero.
La norma técnica para la adjudicación o legalización de territorios en áreas protegidas ya está en construcción (noviembre de 2021), de acuerdo con la servidora pública, quien anunció que el borrador estaría listo entre enero y febrero de 2022. En ese momento -dijo Ortega- se realizará una socialización con pueblos y nacionalidades indígenas. “Ellos nos darán sus observaciones. De acuerdo a la normativa legal vigente, se acogerá sus observaciones, si es viable. Bajo normativa, si no es viable, no se acogerán esas observaciones”, explicó.
El territorio de Pëëkë’ya sería usado, de acuerdo con Hernán, para emprender proyectos ecoturísticos para mantener la cultura, implementar una reserva y construir una comunidad que permita el reencuentro entre los siekopai que han sido separados durante décadas por la imposición de la frontera política entre Ecuador y Perú. “Somos una población muy pequeña. Si no cuidamos lo que es nuestro, vamos a desaparecer. Puede ser que tengamos el apellido, pero sin el sentir siekopai”, reflexiona.
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En abril de 2020, 40 siekopai se embarcaron en tres canoas para viajar alrededor de 160 kilómetros, desde sus territorios en Shushufindi, hasta la profundidad de la selva de Pëëkë’ya, en búsqueda de refugio. El covid-19 ya había causado la muerte de un anciano y el contagio de al menos una decena de personas. Los mayores son los portadores del conocimiento y la memoria siekopai, por lo que cualquier medida para resguardar su integridad sería tomada. Los siekopai también regresaron al centro de origen espiritual, como conocen a este sector, meses después, en agosto, pero esta vez, en una misión para recolectar plantas medicinales para curar a los contagiados, ante la ausencia del Estado. Esta no es la primera infección respiratoria que llega de afuera para amenazar a esta nacionalidad. Por eso, los conocedores de la medicina ancestral, entre ellos Alfredo Payaguaje, lideraron la incursión. Durante horas, caminaron y recogieron las plantas necesarias. Alfredo preparó un brebaje que fue repartido a las comunidades siekopai y también a nacionalidades vecinas, entre esas, Siona, Kichwa y Shuar.
En Pëëkë’ya están enterrados los ancestros y en esos bosques crece la quinina y otras especies medicinales y frutales muy valoradas por los siekopai y el mundo occidental. Según el mito siekopai, Ñañe Paina recreó la Tierra, con la ayuda de Isi Jamu y de Wiwati, desde este lugar. También es este el centro espiritual de los siekopai, la cuna de los bebedores de yagé y la puerta que conecta con el mundo acuático. Volver a Pëëkë’ya es volver al origen.
La historia de desarraigo, desplazamientos y violenia en contra de los siekopai data de décadas atrás. El boom del caucho, la industria petrolera, la agroindustria y la permisividad de ciertos jueces con colonos invasores se suma a la falta de controles que permitan el cumplimiento de las leyes que amparan a los territorios ancestrales o concesionados oficialmente. El abandono estatal y el olvido generalizado de todo un país ha puesto en serio riesgo de desaparecer a la etnia siekopai. Fotos: Iván Castaneira / Agencia Tegantai.